Autor: Tomás Alvarez
El pasado lunes 27 de enero, por gentileza de Distribuciones Vicol S.L., realizamos una visita de jornada a las Bodegas Fariña, en Toro (Zamora), que podemos calificar como turístico-enológico-gastronómica.
Vamos al grano. A las 8.45 horas del indicado día partimos un total de 31 pax. (Utilizo mismo término que en hostelería para las reservas: mesa para 4 pax. para las 22.30; ¿qué quiere decir?), pues eso; capitaneados por el Sr. Estrada (bien ganado tiene el tratamiento) y acompañados por Mar y Pepe, delegada territorial de Bodegas Fariña y Gerente de Vicol, respectivamente, rumbo a tierras del antiguo Reino de León.
En el confortable bus de Autos Cabranes (¡¡ojo al transcribir el nombre que no quiero líos!!) fuimos haciendo kilómetros, y a medida que remontábamos las pendientes de la Cordillera Cantábrica se iban abriendo claros, apareciendo el sol y, curioso, solo restos de las nieves caídas en lo más alto de las cumbres.
Parada técnica en Villaquejida. Cafetín y pincho de tortilla, jamón o embutidos. Otros se atrevieron con churros. El eficaz Pepe (quien tuvo retiene) había anticipado nuestra llegada para cuestiones de intendencia. De nuevo al bus y en un periquete (qué curiosa unidad de medida) descendimos a pie de bodega siendo las 12.30 horas. Día soleado, con alguna nube alta, y un «virujo» de esos que curte la piel.
Allí nos recibió Miguel, Director Comercial de Bodegas Fariña, quien se prestó a ser nuestro guía y acompañante en la visita a realizar.
A modo de introducción nos hizo un breve relato de la historia de la bodega (ya va por los 70 años), de sus pagos (300 Ha de viñedos propios), de la figura de D. Manuel Fariña (propietario y gerente de la compañía), así como de la propia «Denominación de Origen TORO», su extensión geográfica, bodegas, tipos de uva, clima, suelo,….., todo ello de forma amena y comprensible.
A continuación nos guió por todas las dependencias de la bodega, dispuestas en dos edificios principales (por cierto, magníficos, de arquitectura tradicional y muy adaptados al entorno). Desde las tolvas de recepción de la uva, a los tanques de elaboración y fermentación, con explicación detallada de estos importantes procesos que van a determinar la calidad final de los caldos.
En este punto hicimos un receso en unas dependencias destinadas a las catas y que también alberga la exposición de pinturas del certamen (El Primero de Fariña) que anualmente convocan para etiquetar las botellas del «PR1MERO» (vino joven por excelencia), y del que reservan un total de 40 en depósito para exhibir por tiempo de un año. Había cosas interesantes (en mi humilde opinión). Catamos un blanco (uva Malvasía), un rosado y un tinto del año (estos dos de la variedad autóctona de Tinta de Toro).
Acompañamos con unas cuñas de queso tipo manchego para «limpiar» el paladar entre cata y cata.
Una vez elevada la temperatura corporal con las mencionadas catas, proseguimos la visita esta vez hacia la sala de crianza, situada a 5 metros bajo tierra. Desde las escaleras de acceso pudimos ver una impresionante vista de la misma, con las más de 1800 barricas de roble francés y americano, las 6 tinas (de 15000 l cada una, que no es poca cosa) donde «duermen» caldos de distintas añadas hasta alcanzar las características adecuadas.
Finalizamos en la línea de embotellado, etiquetado y expedición, que en esa fecha estaba sin actividad.
En este punto del «tour» nos dieron las 14.15 horas, y pasamos a reponer fuerzas en las propias dependencias de la bodega. Esta cuenta con una cocina, un espacio para comedor, y a la vez venta de productos.
Dimos cuenta de unas magníficas patatas guisadas con costilla, ternera guisada con guarnición, ensalada, y dulces de almendra elaborados por las monjas de Toro. Para regar las viandas un tito Roble, otro Crianza y un vino dulce (Val de Reyes) este del a D.O. Castilla-León.
Con el café y después de la magnífica comida, Rosa (¡qué vitalidad la de esta mujer ¡) se arrancó con unos «cantarinos» de la tierra, asistida (y cómo de bien) por Juanjo (muchos años de pescante), y más tímidamente por Gabriel (apuntaba maneras, pero no terminó de arrancar). El resto hicimos los coros, palmeos cuando tocaba, y sobre todo, disfrutamos de aquél delicioso final.
Miguel (magnífico anfitrión) nos despidió al pie del bus a las 17.00 horas, en que nos acercamos al pueblo de Toro a ver La Colegiata y poco más. Y digo bien, porque no vimos a nadie por las calles, como era la hora de la siesta y hacia frio…….
De nuevo a la carretera a deshacer lo andado.
Breve parada «técnica» en Villaquejida (esta vez a base de tónicas y coca-colas, por aquello de la digestión), y en otro periquete en Oviedo (llegamos las 21.00 horas) sanos y salvos. Reseñar que a la vuelta nos topamos con nieve (más bien aguanieve, ya que solo cuajaba en las cunetas) en el Huerna para que el día fuera completo habida cuenta la estación meteorológica en la que nos encontramos.
En resumen, magnifica jornada, sin incidencias, en la que pudimos conocer algo más de la cultura del vino, con agradecimientos a Mar, Pepe, Estrada (capo di grupo) y Miguel (en Bodega) que nos hicieron fácil y grata la jornada.